26.6.09

Y a esto le llaman Estado de bienestar

Fernando Ónega
Menos brotes verdes o secos, y más mirar a la calle. Lo que pasa en la calle no está en las estadísticas, o no lo queremos ver, pero estremece. Empieza a haber gente, centenares de miles de personas que pasan hambre. Es gente de todo tipo: los pobres de siempre, que los técnicos fríos llamarán «el porcentaje inevitable de pobres»; los sin techo que han decidido marginarse; los inmigrantes que no tienen trabajo ni familia que los socorra; los parados que se han quedado sin subsidio y la mesa del diálogo social discute con toda calma qué puede hacer por ellos; los miembros de familias enteras en cuyos hogares no entra un sueldo ni una pensión; matrimonios jóvenes con hijos pequeños que han perdido empleo y casa porque les han ejecutado la hipoteca?
Ese es el muestrario de realidad social que se contiene en el último informe anual de Cáritas. Cuando hablo de centenares de miles de personas, no exagero: fueron 600.000 las que buscaron el auxilio de esa organización diocesana. Cuando digo que pasan hambre, no miento: acudieron básicamente a buscar comida. Y cuando escribo que esos datos estremecen, es porque hace 40 años que tantos ciudadanos no necesitan vivir de la caridad. Se puede agravar el panorama: quizá nunca llegaremos a saber la cantidad exacta de personas que malviven en la miseria y no se atreven a pedir ayuda. Y no vale distinguir unos casos de otros. Es terrible la imagen de parejas jóvenes con hijos, pero no es menos dramático el caso del hombre o la mujer de 50 años al que, por negar, le niegan la esperanza de encontrar empleo.
El diagnóstico es demasiado obvio: esa es la cara más doliente de la crisis económica. El comentario, demasiado elemental: es el primer indicio de una crisis social cuyo horizonte es imprevisible, porque la paz se mantiene mientras hay cobertura social; pero se quiebra en el momento en que esa cobertura empieza a ser insuficiente. Y ya lo es.

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